28 may 2017

El Apleph

Recuerdo con mucha alegría mi niñez en Baradero, un pueblo del norte de la provincia de Buenos Aires, por allá por los tempranos setentas.

Recuerdo en Winco de casa y los discos, algunos de pasta de setenta y ocho revoluciones. 

Entre los conceptos que absorbemos en la infancia, algunos se nos graban a fuego en la carne, el concepto de finitud recuerdo haberlo pensado a partir de la música. De toda la música que iba a poder aprender, escuchar, recordar.

Recuerdo haber fantaseado (Flashado) un prodigio que encerrara toda la música que pudiera haber existido.  Sostengo la necesidad del neologismo Flashear, por sobre otros mas castizos pero menos claros respecto de esa acción.  Los niños flashean y es parte del crecimiento.

Sabemos que los niños son propensos a imaginar prodigios.  Deberíamos incentivar esta actividad.

Calculo no haber pasado los seis años.

Recuerdo la pileta chiquita del club con mi tia Cali y la música de fondo.

El flash infantil pasa por lugares extraños, improbables, locos, pero siempre simples.

La adolescencia llega para acercarnos certezas, hormonas, nuevas músicas y gentes, opiniones, las operaciones formales y la certeza absoluta de poder llevarnos el mundo por delante.  Otras finitudes también.

El costo de este Upgrade intelectual, es la pérdida de la inocencia.  Nunca mas nos detendremos horas a mirar el loco tránsito de las hormigas con sus cargas en ese patio de verano, ni nos sentaremos a mirar nubes o andar en bicicleta, por el solo placer del cansancio; o detenernos en las actividades de los pájaros, o medir la altura de los pastos, no solo porque perdemos interés, el mundo nos convenció -hay un esfuerzo muy grande ahí- que hay asuntos mas importantes.

Tarde descubrimos que es mentira, como gran parte de esas certezas que nos imponen a fuerza de publicidad, pero ya no podemos sentarnos en el patio a mirar las hormigas, corremos el riesgo de ser encerrados.

En esa adolescencia posiblemente demos con libros de Brádbury, Cortazar o de Borges.

En Borges dí con la imagen del Aleph en el zótano de los Daneri, el auto referencial Carlos Argentino y recuerdo el flash.  Querer escribir es natural de la adolescencia, saber que nunca voy a ser Borges o Cortazar llega tarde, cuando comprendemos que no hace falta.

Solo es importante poder volver a conmovernos, como cuando leemos a Galeano.  La segunda, tercera, las N veces que leas a Galeano debe conmover.

Una tarde de los ochenta, caminando por la peatonal de Córdoba, una de esas ya inexistentes disquerías ponía "el arriero" de Divididos, y algo de aquella lejana emoción volvía.

Aprendemos que lo realmente importante es la emoción, aquello que nos toca alguno de esos duendes que habitan la memoria.

Oscar Wilde decía que la música nos recuerda una felicidad que nunca existió.

Días atrás aparece en el teléfono una publicación de algún amigo -espero- compartiendo un tema de Roberto Carlos, puede haber sido "La Distancia" o "Que será de ti".

Y volví sin siquiera pensarlo a esa sala de espera del dentista, donde sonaba un Winco con un único LP de Roberto Carlos, eterno y cíclico, con esos temas, recordando acorde por acorde, cadencia por cadencia, palabra por palabra como solo la permeable memoria de un niño de seis años puede recordar.

Cabe una aclaración para los que no saben lo que es el Winco.  Este elemento musical contaba con un mecanismo mágico.  Al llegar al final del disco, este levantaba el brazo que capturaba la música del disco y comenzaba nuevamente. 

Lo que en programación se conoce como un bucle.

La voz de Roberto Carlos competía con el torno del dentista.  Casi siempre perdía.

Y hay emoción, hay muchísima carga en esas canciones, que no tienen virtud alguna -aparente- pero que ingresaron al intelecto en un momento muy importante.

Y el Aleph musical llamado youtube, nos permite acceder a toda la música que pudo haber existido.

Y el prodigio que alguna vez imaginé imposible es realidad y es la eternidad instantánea porque si la música nos recuerda una felicidad que nunca existió, youtube va a traerme solícito lo que necesite.

Hasta la llegada de youtube, estábamos pendientes de aquello que nos trajera la radio.  Eramos presas de la incertidumbre.

Desapareció la incertidumbre radial.  La radio indefectiblemente va a hacer sonar reguetones, si no es "despacito" va a ser la piba que pide el taxi, de esas que hablan un castellano estupidizado de rimas de primaria especial o esas chacareras reguetoneadas.

La única emoción que aflora es la del asesino serial, que nos cuesta reprimir.
Imagino que estos niños que hoy escuchan "despacito"dentro de cuarenta años lo recordarán con cierto candor.

¿Nos prepara el sistema mediante el arte a una vara muy baja?

¿Nos mata la necesidad del arte y el Flash?