20 jul 2015

Las bacterias papelófagas


Utopías Muertas.




A mis amigos músicos Roberto (el profesor), a Fabricio (de aerófonos andinos), a Guillermo que no es músico “pero merecería serlo”.


-¿Zuchatti? -me preguntó la voz lejanamente familiar en el auricular del teléfono. Segundos después noté que me llamaba por el apellido (como solo solíamos hacerlo en la escuela primaria) -



¿Cómo con esas escasas sílabas que escuché iba a adivinar que era Felipe, el Compañero de banco de la primaria? Sin embargo de algún rincón inconsciente volvía después de mas de 20 años la traviesa voz de Felipe.



- Felipe ¿sos vos? ¿Qué haces? Pregunté ante la voz que recordaba mas chillona.

- Murió Papá- Dijo sin mayor introducción, como si "murió papá" fuera una respuesta que diera explicación al origen del universo, la mecánica cuántica y la existencia de la TV.



Felipe pertenecía a esa extensa categoría de personas que por algún motivo no engrosaba el listado tácito de "amigos", y cuando uno tiene esa edad, es poseedor de una extraordinaria inteligencia que pierde en la adolescencia y (desgraciadamente) ya no recupera.



Tardé unos cuantos segundos intentando armar la respuesta de pésame, extremadamente difícil, tratándose de alguien a quien no se ve durante tanto tiempo, pero lo peor era desechar esos otros saludos que el cerebro tiene estandarizados como en un cajón etiquetado "saludos para gente que hace 20 años no se ve" donde salen primero "que es de tu vida?", "te casaste?" etc, pero solo dije :

- Lo siento mucho, ¿cómo fue?

- No importa, hace mas de un año que lo estábamos esperando-.


La respuesta de mi antiguo amigo no hacía mas que agregar incógnitas en lugar de despejarlas, a lo que él agregó: 

- La caja, Eduardo... abrí la caja del viejo...- En un tono de voz y con una solemnidad que parecía mas una confesión al estilo: "soy gay" o "al viejo lo maté"



Y repentinamente un frío helado me corrió por las vértebras cervicales, aun antes de recordar a que caja hacía alusión Felipe, una premonición la devolvió de la lejana infancia perdida (y su correspondiente inocencia). 



Se me dibujaron inmediatamente todas y cada una de las cortadas de tierra que desembocaban en la calle Argandoña, en San Vicente, en esas interminables tardes de bicicletas mal infladas y muchas veces pinchadas, en busca de una canilla de jardín vecino para tomar agua. 

En medio de los recuerdos, el galpón de las herramientas del viejo de Felipe, y LA CAJA que apareció cuando buscábamos la pico de loro para ajustar el cable de freno de una bici, como siempre hacíamos, con la pico de loro, herramienta universal y errónea por opción.

La caja secreta del sótano por la que el viejo de Felipe se enojó con él.  La caja cuyo hallazgo motivara el único reto de verdad fuerte del padre a Felipe. Me volvió instantaneamente a la memoria algo totalmente borrado.  El color del rostro de ese hombre, las palabras, el miedo, las gotitas de saliva viajando por el aire, los gritos.



-¿Dónde lo velan? - alcancé a pregunté en un gran esfuerzo por volver del ocio intelectual.

- ¿Que sé yo? - respondió- Recién se muere, vení rápido.

- ¿Pero adonde voy? No se hace años que no te veo.


- A la casa de mi viejo, lo vamos a arreglar acá... ¿Creo?



Murió el papá de Felipe - Alcancé a decir a Lucía, mi mujer- y antes que dijera "¿Y quién es Felipe?" agregué:  

- De la primaria, no lo conocés, a lo que ella respondió con ese cabecear levantando las cejas que puede significar: "bueno está bien", "que me importa", "cuidate mi amor", "morite", "suerte" o "comprá pan al regreso".



Vió que llevé campera, los cigarrillos y la billetera. Sabe que no llevo campera nunca.



- Vas a demorar -dijo mirándome entre mi hijo mas chico y la TV, torciendo el cuello-



Asentí con la cabeza con cara de velorio.



Aquella maldita caja me trajo un montón de recuerdos y problemas superados (afortunadamente), y mientras salvé los pocos kilómetros hacia ese otro extremo de la ciudad en busca de aquella casa, se me pintaron todos los paraísos de las calles, las veredas de ladrillos bayos, los olores de los tilos, los carnavales tirándole agua a las chicas, pero lo mas importante en aquel entonces, la veneración casi religiosa que sentíamos en aquella edad hacia ese hombre, que sabía conservar la ingenuidad y la curiosidad de la niñez , a pesar de su avanzada edad.



Al no frecuentarlos seguidos, los barrios y los hijos de los amigos adquieren una facultad terrible por igual, recordarnos que sus metamorfosis, esos sutiles cambios externos son producto del tiempo, ese mismo tiempo que también nos afecta a nosotros. 

Un pequeño dolor humano me corrió por la garganta, esa misma inconsolable que experimentamos al ver los zapatos con los que fuimos a la zapatería, junto a los que puso astutamente el vendedor -a la par- para que notemos ese paso del tiempo.



Felipe había nacido de un matrimonio grande, y el padre don Augusto, mantenía con él, el negligente cariño de un abuelo. 

Pertenecía a la generación que sin mucha instrucción educativa, había conseguido una buena cultura general por ósmosis, en aquel entonces todo el mundo era culto, y (él en particular) había conseguido algo muy difícil en todos los tiempos, vivir del arte. 

Era músico y mantenía una familia con ello, ese solo detalle lo hacía merecedor de la envidia encubierta de mi padre. 

Yo sabía -o intuía- que mi padre solamente les envidiaba a los músicos el vestir, se lo escuché decir muchas veces, tratando de encontrar una utilidad verdadera a una corbata prenda que él soportó estoicamente hasta el día que murió.



Vivió, decía, de la música de una manera peculiar, perteneció a la banda de la policía, y con el sueldo de la policía no solo podía mantener una familia, sino que además podía permitirse pequeños placeres como un taller muy bien provisto de herramientas, aprender la ejecución de varios instrumentos musicales y la suscripción a varias revistas de muy variadas disciplinas.



Para Felipe, y para mí por añadidura, existía una fuente inagotable de conocimientos dispuesta a ser consultada: don Augusto, pero bien es sabido que niños de siete años y absorción de conocimientos son poco compatibles, la curiosidad es una virtud en los niños pero no excede los cinco minutos, y ahora visto a la distancia, recuerdo que me quedaron muchas preguntas por hacerle al viejo, lamentablemente la curiosidad nunca fue una de mis fuerte, si lo era de Felipe.



Ya había llegado y antes de golpear la desvencijada puerta tuve que tragar saliva, para ir haciéndome a la idea de un velorio, luego de salir y abrazarme, Felipe me condujo por la familiar casa y sus olores, casi sin mirarme, hasta la habitación donde había quedado el viejo. 

Ni él hizo mención de mis veinte Kg de mas ni yo lo hice de su ausencia de cabello. 

Intenté hacer un ademán de señal de la cruz pero lo vi a Felipe espiándome, por lo que me encogí de hombros y señalé con la mano al muerto



- ¿Qué se yó?  A él le hubiera gustado que ... nada.

Al principio, me resultó extraño no haber visto a Felipe en los veinte años, pero luego me enteré en el resto de la charla que él no había abandonado el perímetro de las 5 manzanas que rodeaban la casa en ese período de tiempo, como si el mundo hubiera dejado de girar para él después de haber concluida su formación primaria.



Por lo que pude adivinar, la caja había traumado a mi amigo Felipe, y él pensaba que compartía un dolor o curiosidad en mi totalmente inexistente, pero por lo que pude ir deduciendo, haberla abierto podía haber cerrado un ciclo o cicatrizado eso por lo que mi amigo estaba incompleto.



Pero el parecer, el contenido, o lo poco que había podido averiguar en esos escasos minutos, solo contribuyeron a enloquecerlo. 

Mas de lo que estaba.



Abrió ante mi la vieja caja, que él aseguraba por respeto no haberlo hecho antes y sacó cerca de cincuent carpetas de manuscritos inentendibles.  Debo confesar que luego de mas de dos horas de examen detallado de una considerable cantidad cada uno, yo estaba maravillado del descubrimiento, un sentimiento extraño nos hermanó nuevamente y volvimos sin sospecharlo a los años de la curiosidad.



Las carpetas habían sido fruto de un allanamiento de sus días de cana en la represión, habían agarrado un foco guerrillero y secuestrado la documentación.

El viejo la guardó celosamente todo ese tiempo. ¿PORQUE?



De mas queda aclarar que imaginamos miles de opciones, dinero, joyas, armas, pornografía, pero grande fue nuestro estupor cuando descubrimos eso, amarillentos manuscritos de los sesentas y setentas que solo reflejaban los delirios de aquellas gentes (o mas precisamente) un delirio en particular. 

La mirada de Felipe se tornaba mas vidriosa, mientras el cadáver continuaba en la habitación vecina, volvièndose mas cachivache -como dice Borges-, tratando de catalogar los papeles y ordenarlos bajo una forma reductible en su mente, la gente actúa invariablemente así frente a lo que le es inentendible.



¿Como explicar la prolijidad y la cantidad de información disponible para la fabricación industrial de una bacteria que se coma el papel?



El análisis de la forma de llevarla a los grandes centros de poder. 

Las alternativas con las que podría responder el establishment a esta literal desaparición de los títulos de propiedad y por ende la propiedad privada. 

El retorno a la aldea global primitiva y la nueva oportunidad para volver a empzar de nuevo. 

Detalles técnicos de cepas de bacterias, su resistencia a presiones de mas de tres atmòsferas, para ser disparadas por cohetes.

Informes de cantidad de celulosa destruida al contacto con el oxígeno, demasiado bien detallado, demasiado claro para grupos anarquistas.  

Abstracts de tesis doctorales en física y biología, de veinte años antes.  

Nos repartimos las carpetas con felipe, maravillados y perplejos a la vez. 



La única conclusión a la que arribamos era que el viejo se arrepintió de lo que hizo, por eso permaneció oculta y sellada esa caja en el sótano de la casa, o nosotros elegimos esa suposición, tal vez porque los muertos recientes siempre nos resaltan sus virtudes y ocultan sus debilidades.  

Elegimos el honor del muerto.



Pero desgraciadamente, cuando regresamos de recibir a uno de los familiares, con todas las formalidades de los pesames que hay qye soportar en estos casos, notamos como se estaban disolviendo las hojas de la primera carpeta, y nada de lo que pudimos hacer modifico en nada lo irremediable.









Córdoba, 10 de Junio de 2002

Capitulo XIII


Jacinto, para aquel entonces, había alcanzado ya esa edad en que los hombres se tornan respetables, y bien conocido el terror que produce ese respeto, en el parecer de seres del tamaño del bueno de Jacinto Ruiz, escasamente interesante se torna la vida cuando aparece distancia y los cabeceos y los ademanes en la calle. La bondad como modus vivendi, la opción del “bien sin mirar a quien”, también es una forma de vida, no comprensible a cualquier espíritu.

Difícilmente sea malvado un ser que jura maravillarse por los raros sentimientos que en él despiertan ciertas canciones de Roberto Carlos o Nino Bravo, anudadas a la amalgama de las imágenes que absorbió esa tierna infancia de pueblo, coligiendo luego de allí, que el arte, puntualmente la música -esa magia conmovedora- no necesita forzosamente ser buena per se, solo requiere para ser efectiva, de tocar el lugar correcto dentro del individuo, de ser posible, ligado a ese pueblo, a ese río, a esos árboles que despiden ese áspero aroma en la bajada al río.

Cuando los individuos caminan el orbe con el alma a flor de piel, cualquier elemento de la realidad los convoca a dar una paseo por los recuerdos, el disparador puede ser cualquier elemento de esa mágica realidad, tal vez una canción.

Un consultorio de dentista, como al que ahora volvía en el recuerdo, de la mano de la voz agangosada de “la distancia” de Roberto Carlos, retorna a otros tornos, y otros olores, y figuritas que compraba su madre a modo de soborno por portarse como un buen niño ante la extracción masiva de caninos. Jacinto es proclive a creer que la belleza se manifiesta de caprichosas e ilógicas maneras, hasta en el recuerdo del dolor. Obsérvese sino los ranking de ventas de libros, discos, películas y procédase al asombro.

Si de algo carece el arte es de criterio lógico, solo ocurre. Gracias Borges.

En aquel consultorio de su niñez, el Winco solo tenía un disco de Roberto Carlos que giraba y volvía cíclicamente sobre sus pasos, como la historia de Toynbee.

Entre los achaques concretos de la edad, aparte de la respetabilidad, aparecen, por ejemplo, la obligatoriedad de concurrir periódicamente a la odontóloga, lo que agrega siempre ansiedad y angustia, por las horas perdidas, por la música de esos consultorios, los olores y la aceptación de esa realidad que nos toca transcurrir. Porqué no, también, por el regreso a ese consultorio del a infancia.

Algo por lo que no podemos culpar a la edad, es que de una canción, de un disparador tan simple, pueda alguien escapar de la realidad del bar y las cervezas, por pasillos tan extraños, sino es suficientemente pelotudo.

Hay un dato no menor de jeringas, el futuro inmediato junto a esa mesita a la derecha del sillón subibaja, que parece haber sido adquirida en alguna casa de comercio llamada “El Palacio del Perverso” o “Insumos para el Sádico”. Recuérdenme una novela cuyo protagonista sea una dentista perversa.

Pero por sobre el dolor físico, ese que aceptamos será temporal, hay otro dolor, mas ontológico que odontológico; aquel originado en la pérdida de tiempo de la sala de espera, esa mini muerte que implica de pérdida de horas de vida, careciendo, como carece todo mortal común y corriente, de la certeza de cuantas horas nos restan en adelante, quien cuente con la certeza que le quedan diez mil horas de vida, como el tubo fluorescente, bien puede perder una de ellas en una sala de espera de consultorio dental. Un tubo fluorescente, luego es más feliz que el humano medio.

Y porque es subjetivo, por recurso del contrario, porque tamaño costo tiene una ventaja, los cinco segundos que nos regala la observación de la aurora -aquella de rosáceos dedos- esa mañana, ese color de ese nuevo sol, equivalen a muchas vidas vividas. Muchas almas desconocen que ese color de la aurora, el aroma de árboles del río, esa sonrisa y esa canción de Roberto Carlos, son una y la misma cosa, la máquina les ha segmentado la razón en categorías ontológicas, realzando las diferencias y ocultando las similitudes. De Aristóteles de Estagira para acá, es casi todo lo mismo. Una lástima.

Se sugiere a modo de placebo de esta otra realidad, el paciente recuerdo de aquella aurora, para quienes la tuvieron, para la producción de serotonina durante breves segundos donde la vida se multiplica gracias a Vinicius de Moraes.

Ese respeto del que gozaba Jacinto, se gana a lo largo del tiempo a fuerza de ser buena gente, de puntuales palabras al prójimo, consejos, escuchas, un marcado empeño en cultivar la amistad, cultivar de cultura, de culto, del culto del prójimo, puesto que el otro es dios. Del amor al prójimo. De buenalechez.

De su nutrido grupo de amigos, aquellos en comunidad de ideales, solo él conserva esa especial facultad congénita, carente en el resto, la bondad infantil.

Quien observe a Jacinto leyendo, sabe que ese ogro externo solo es un personaje que adoptó para moverse en la realidad visible, posiblemente un camuflaje que no ha solicitado, que le llegara con el físico.

Ha dejado eternamente sus deseos para el último, primero sus hijos, luego su mujer, luego sus amigos, sus padres, hermanos, al final se guardaba un pequeño hueco de si mismo para él y sus cuitas. Al final del día, apartándose a rincones topológicos como el baño, la cocina o el patio, acompañándose de pares como Tolkien, Lem o Dick.

Observa una malsana costumbre con el objeto de paliar esas mini muertes, que es el tiempo perdido o a perder en actividades como esperar que hiervan los huevos, aguardar que salgan los niños de la escuela, colas en el transporte público o el transporte público en si.

Carga consigo libros de ciencia ficción, en la mano, en bolsillos o maletines, meras evasiones de la realidad, ya que no conoció otras, a las que son proclives sus compañeros iguales a dioses, como amores prohibidos, como tóxicos, como apuestas, como viajes.

Sostiene, Jacinto, producto de su bondad extrema, ser causa suficiente para la visita de otra realidad, una buena lectura. Dar con ella es lo difícil, tanto o mas que encontrar un buen vino, o un buen alucinógeno, o un buen amor o un buen viaje.

Todas nos acercan a la divinidad, sea cual fuera esta.

Esta sana costumbre de acarrear libros, tiene su origen en una arcaica actitud, que es la de ser un optimista crónico, por muy complicada que se encuentre la situación que le presentan los amigos, el siempre tiene un aspecto benévolo para analizarla, utilizando como latiguillo las palabras del poeta "no lamentes que se oculte el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas" y símiles de igual calibre, que lo colocan intelectualmente en otro siglo, bastante anterior.

Las historias de sus libros suelen colocarlo lisa y llanamente en otro planeta. Muy a menudo en siglos posteriores.

Difícilmente esté entre nosotros, mas allá de la porción somática de su persona, para nada pequeña, y que la opinión general da por inseparable de lo otro, móvil en el buen Jacinto Ruiz, ya por anticipación, o por retraso, habitando otro lugar no menos interesante del cosmos.

Siendo tan poco habitables tanto estas latitudes, como estos tiempos, elige otros, existentes, ya existidos o por existir.

Oculta otras magias, como mirar al resto de las madres en esas esperas escolares, por lo que encontró como medio más apto para evitar esas miradas, la útil y entretenida actividad de la lectura.

Oculta su timidez detrás de libros, confía en sus pocos o nulos atractivos físicos, pero elige no correr riesgos innecesarios y se borronea delicadamente detrás de los libros ocasionales, no escasas veces, colocados estos al revés, en virtud de su condición de pelotudo.

Así transcurre sus días, de felicidad alucinada, invisible a los ojos indoctos.

Extrajo del bolsillo del maletín, un ejemplar de cuentos y salva con su auxilio, el tiempo de espera en el consultorio de la dentista.

Uno de los cuentos está señalado con un boleto de colectivo.

La fecha corresponde a un viaje realizado cuatro años atrás y un viento patagónico le recorre la médula ósea, breve, que le corta el aliento, pero que indica algo que es mejor no analizar y decide pasarlo por alto, por el vivo del recuerdo de los personajes y situaciones, como si las hubiera leído la semana anterior. Recuerda perfectamente nombres, situaciones en que parece imposible ese lapso de tiempo.

El tiempo transcurre inexorable, lo notamos en los barrios o los hijos de los amigos cuando no los frecuentamos, aturdiéndonos con construcciones, físicas o intelectuales, con su tamaño o el tamaño sus argumentos.

El pequeño libro de cuentos hizo que su realidad comenzara la tarea de metamorfosis hacia otra, de a poco, como bien sabe su yo hacer para evadir y tranquilizar.

Pronto se vio ganado por cierta magia volitiva, anudada al relato que leía, al paso lento de los renglones, otro aire, de bosque encantando parecía envolverlo y no el sintético del consultorio, la suave y áspera humedad de hojas podridas, el lento y paciente proceso de madre natura descomponiendo la materia lo ganó por sobre el aroma aséptico. Los sonidos ya no eran los mismos y una multitud de aves sonaban a su alrededor poblándolo misteriosamente. El pausado diálogo de las ranas de la laguna, el llamado de los grillos, el desplegarse de las alas de los insectos que puede sean hadas.

La magia ocurre solo aquellos que se predisponen. Lo sabe y se arriesga.

Cierto pasaje lo devolvió a una edad muy temprana, la mención de un duende y la enumeración de sus características físicas, le devolvieron imágenes lejanas, en el tiempo, en la distancia, en la alegría.

A menudo ocurre con solo leer el sustantivo hada, que es menuda; ese solo hecho lo llevó a formársele perfectamente, una imagen puntual, de -en apariencia- un ser humano, del cual abrigaba vagas y fundadas sospechas fuera una pequeña hada.

Sospechas estas que nunca se atrevió a disipar, ya que Jacinto, de mas está aclararlo, desconoce totalmente los procedimientos destinados a descubrir hadas.

Imposible saber si se las reconoce rociándola con agua bendecida, si diciendo algún conjuro en voz alta en su presencia, tal vez dictándole un mandato en alguna lengua muerta, mas duda de sus magros conocimientos de latín. Noli me tan gere, piensa inmediatamente, sonriéndose y devolviéndose la sonrisa. Una pelotudez.

Los senderos del bosque eran oscuros pero no tenebrosos, lo contrario del consultorio que lo es a pesar la claridad excesiva de sus luces.

No imaginaba otros medios de desenmascararla que el enfrentamiento liso y llano, tampoco contaba con lecturas que ayudaran en estos precisos menesteres, a pesar de haber fatigado toda la literatura relativa a estos seres. A medida que avanzaban los renglones, más se escapaba del relato escrito y más ingresaba en el propio, en ese otro mundo. Escapes, de escapes, de escapes, recursivamente.

Sospechaba de la pequeña en cuestión, basándose los puntuales disfraces con que la había observado en las muy escasas ocasiones que la viera, cuanto mas recapacitaba sobre el particular, mas dudas nuevas le ganaban la razón, como si de dudas anduviera necesitado.

Recordó que esta, pintó alguna vez su cabello, muy oscuro y le llamó mucho la atención. Otras veces, lo que le convocaba la atención era el tamaño de sus ropas, o los formatos, estaban claramente destinados ex profeso a ocultarla, pretensión de camuflarse de persona, no existiría otra explicación, cuanto más se adentraba en el análisis, más datos encontraba en los disfraces, mas se convencía de la condición de minúsculo ser sobrenatural.

Duda Jacinto estar siendo presa de secado de cerebro, como su par, varios siglos atrás, con los libros de caballería.

Llamó especialmente su atención, la ausencia total de voz, la falta de palabras, salvo los esporádicos y minúsculos “holas” y “nos vemos” o “todo bien”, aspirados, en una vocecita inclasificable, y lo adjudicó también a estratagemas de ocultamiento.

Recién ahí notó que ella hacía como esos futbolistas profesionales, que van a menos en un partido amistoso, para no avergonzar al resto. Presumía intenciones en ella enfocadas a ocultar la belleza.

El bondadoso Jacinto Ruiz, escuchaba nombres que no correspondían al de él en el consultorio, lo que le permitía continuar muy a gusto, la lectura y el recuerdo o sueño.

Nunca había imaginado que podría tener quince años nuevamente, como en este momento, esa alegría irresponsable lo asaltó de repente.

Imaginó que tal vez, sus propios ojos observaban un holograma de otra realidad, como sugiere Don Juan Maltus, porque vino a su mente inmediatamente, la vez que se materializara frente a él con una vincha muy amplia, como diciendo “mirá como me pongo esto” llevando sus cabellos hacia arriba, dejando totalmente expuestas las líneas del rostro y allí esa sonrisa que ya sobra, obligándolo a correr la vista para no verla de frente y salvarse de la locura que llega al a la medusa cara a cara.

¿Porqué se esfuerza en esconder el cabello, o cortarlo mal, no se da cuenta que le lo único que logra es agregar opciones a la hermosura?

Relacionó aquel rostro de inmediato, víctima de un fogonazo de luz en el recuerdo: Atenea o Minerva, en algún libro de arte clásico había visto ya ese rostro, que no era humano, demasiadas similitudes encontraba con alguna deidad olímpica, pero no recordaba claramente cual era, los clásicos nunca fueron de su total agrado, como tampoco la teoría de los arquetipos de Jung, aunque demasiadas evidencias acumulaba ahora como para no tenerlas en cuenta.

Bustos en mármol de museos del Vaticano. Seguro. Estaba Calígula, Julio Cesar, Minerva. Una figurita en la enciclopedia de su niñez, pelo revuelto. Atenea.

Otro nombre sonó en la sala de espera, tampoco era Ruiz, pero ya lo había abandonado la ansiedad, dando lugar a otra sensación mucho más placentera, la imagen de la pequeña era extremadamente clara. La alegría de tenerla ahora consigo, también.

Si se trataba de Atenea, seguramente tenía armas e inmediatamente prefiguró la adolescente de un juego de computadoras, heroína que lleva dos pistolas, pero reprimió cierto deseo dada su condición de respetable. Los hombres respetables, no piensan esas cosas sobre dibujos y menos sobre adolescentes irrespetuosas.

Ya la alegría lo había ganado por completo, quien puede saber del violado de la prohibición si no es escribiéndolo como ahora.

Recordó palabras de Odiseo sobre los diferentes porqués de las relaciones humanas. La gente se acerca a Odiseo a escuchar relatos y divertirse, a Rómulo para una lectura diferente de la realidad, mas coherente, para leer las entrelineas, la gente se acerca a Jacinto para sentirse bien, un abrazo del gordo equivalen a cinco dosis de ansiolítico, quien hable con Jacinto durante cinco minutos, abandona los pesares. No por nada sus amigos lo llamaban, con exceso de cariño, El oreja. No es poco frecuente encontrarlo en los bares, al lado de gente que ríe, luego llora, y vuelve a reír, alternativamente, sin que él pueda agregar o quitar nada, solo con estar es suficiente, sin necesidad de palabras de su parte, la sola presencia amonesta tristezas.

Descubrió, hace años ya, sin proponérselo quizás, que la felicidad es una cuestión puramente volitiva. Quien quiere ser feliz lo logra, aun sin el auxilio de tóxicos, sin ansiedad de posesión de algo imposible de poseer, imaginando o anhelando acariciar ese rostro, e inmediatamente recordó, o imaginó, o ambas cosas superpuestas, acariciar un colibrí, algo tan frágil y mágico y pequeño y hermoso.

Decidido ya a experimentar los límites de la felicidad, abandono toda represión e imaginó más, mucho mas, mientras los nombres pasaban y no escuchaba el suyo de boca de la secretaria del consultorio.

¿En que extraño lugar estará almacenada esa memoria? Temió olvidar, por una fracción de segundo y descubrió que sería imposible olvidarla, tan imposible como acariciarla, contando ahora con la absoluta certeza de su condición sobrehumana. Hay imposibles hermosos, sostener el colibrí entre las manos, robarle un beso a Atenea, el boquete al banco. Prefigurarlos ya es suficiente alegría al individuo.

La suma de todos los encuentros con el hada, no sobrepasa los cinco minutos en total, su cometido en la tierra pareciera ahora, solo llegar revoloteando, sonreír, burlarse de él y continuar su camino un par de años. Verte reír. Ya teme algún tipo de maldad el bueno de Jacinto Ruiz, incapaz de incapacidad absoluta.

¿Era una mala pasada de los dioses, que se divierten trayendo desventuras a los hombres, solo para que tengan motivos para cantarlas?

No, seguramente, porque esta no era una desventura, era una alegría imposible de llevar a palabras escritas.

¿El pesar puede ser, el no tenerla?

No, ya que era pago suficiente para el, recordarla así, ahora.

¿Alegría de que? ¿Puede su pelotudez llevarlo a alegrarse de recordar a alguien con quien no se mantuvo una sola conversación?

La música que llegó desde los parlantes, parecía indicar que se trataba, ahora si claramente, de una mala pasada de los dioses. Por lo general, nunca es ni escasamente escuchable la música en estos consultorios públicos, con los tornos de fondo, pero ahora sonaba algo que sugería felicidad. Allá, en su lejana infancia sonaba Roberto Carlos, en la Distancia. De esa música en el televisor del bar, venía Jacinto sin saberlo, ahora, el consultorio le entregaba otra música.

"Cual es tu pena, caminás como la reina en la colmena"

"basta de penas..."

Como incitándolo a recordarla caminar, y abandonar las penas, teniendo que sacar conjeturas sobre su andar, que no es caminar para nada, su andar se le figuraba el vuelo del colibrí.

Imaginó verificar las pisadas en la tierra, para certificar que no dejan rastro, sería una prueba irrefutable de su condición extra terrena. Buscar las huellas de sus pasos y corroborar que no están.

Y descubrió lo peor.

Si sus ojos captaron ese contorno, esa falla en la verticalidad en sus desplazamientos, los disfraces con los que pretendía -y lograba con los humanos comunes- pasar desapercibida, era que sus ojos habían sufrido algún desperfecto, por lo que pensó inmediatamente en solicitar un turno al oftalmólogo, pero... NO, al contrario, no quería curarse de esta patología.

Si sus ojos vieron eso y le regalaban esta porción de la alegría que motiva al mundo a girar ¿Como puede pretender cambiarlos?

"Basta de penas" repetía el parlante a su espalda y Jacinto, hombre de bondad extrema hizo caso al pié de la letra.

No había notado hasta entonces, que al observarla, ella había originado la alegría de la que iba a gozar el resto de su vida, porque en mas de una oportunidad, notó que la sonrisa de ese colibrí humano, expresaba algo y nunca se preguntó que significaba, o reprimió eso, por su condición de respetabilidad, pero ahora tenía clara conciencia de que se trataba.

El colibrí común, había sido puesto sobre la tierra con un propósito muy claro, embellecerla, hacer del planeta un lugar mas digno de ser pisado. Quien nunca observó un colibrí detenidamente, pacientemente, con total ausencia de deseos de poseerlo, no accede a su belleza.

Jacinto, hombre de bondad extrema, había experimentado magias, el cruce de miradas con los colibríes, allá lejos, en la edad que eso se puede, cuando aún no hay ansiedades, ni tarjetas de crédito, ni cambios de titularidad de vehículos.

"Yo estaba enojado y triste, el día que te conocí, triste porque estaba solo y enojado porque si"

¿Que le decía esa sonrisa solo a Jacinto?

Ella se supo descubierta por alguien, a pesar de sus inteligentes disfraces, sus camuflajes de poco sirven ante ojos con buen sentido para la ciencia ficción o la fantasía, y la sonrisa de ella era precisamente la respuesta a eso.

-Descubriste quien soy -dice esa sonrisa y no otra cosa- debe ser suficiente con eso, no es poco regalarte la felicidad de verme, si me tocas, es como si tocaras a ese colibrí de los seis años, desaparece la magia-

"Basta ya de penas por acá"

-Ruiz -dijo la secretaria- consultorio cinco

De repente, explotó la burbuja, y Jacinto, hombre de bondad extrema, no podía dejar de sonreír, aún cuando la dentista insistiera en que abriera la boca bien grande, que no la estire, que así no podía revisarlo, que colabore, que por favor, que hombre grande, che…

"Ya tu risa tiene música y tu voz tiene color"

Lo tuve que dejar escrito, ya que hay quienes aseguran que esto ocurre. Lo que antecede y lo que sigue. Que otra cosa hacemos sino rescatar del olvido en forma escrita, a gente que vale la pena rescatar, que otros no van a hacerlo por carecer de nuestro criterio sobre el porque caer en la categoría “rescatable del olvido”.

Sisoco García, de quien estamos autorizados a decir, hombre sin mácula, nos lleva investigar el porque de su forzoso traslado a la tristemente célebre oficina pública, ayudado posiblemente por su condición de delegado gremial, por su condición de hombre de bien, podemos tildarlo de agitador político, pero ninguna lo pintaría en su persona como la realidad.

19 jul 2015

La narración


La Narración

No me considero un erudito en el tema, pero llevo años escribiendo y encuentro ciertos patrones que me interesa compartir.

El proceso de producción del arte debe hacerse preferentemente de mañana, con todas las energías disponibles.  Una buena opción es mirar el amanecer antes de escribir.

No es necesario escribir constantemente, o pintar o dejar que las manos fluyan sobre la arcilla, es un error muy común asociar el aprendizaje de las técnicas con las que nos mejoramos, a la producción artística misma (propia), a simple vista no difieren, pero lo hacen y mucho. Tal vez esto sea solamente un magro ejemplo de lo primero, pero distinguir los unos de los otros es nuestra gran cruzada.

Harto cierto es que el pincel debe ser parte de tu cuerpo, una extensión, como tu guitarra o las palabras, basándonos en Mc Luhan, podríamos extendernos ad Infinitum en este punto.

Porque cuando el desgraciado momento llegue y escribas (sin detenerte a nada) no sabrás quien está produciendo. No sabrás quién pulsó las teclas de la máquina de escribir, porqué elegiste ese adjetivo o porque mataste a un personaje, si lo querías como a un hijo.  Escribir un poema puede llevar diez minutos, pero toda la génesis nos lleva la vida entera.

El momento de la producción es tal que el cerebro parece salirse del compartimiento destinado a contenerlo, como lo hacen los panes dulces de navidad respecto de su molde; el alma sobresale del cuerpo en formato de lágrimas, sonrisas, angustias, o diarreas. Son solo algunos de los rasgos visibles a los ojos de los mortales, del que está pronto a hacer algo bueno. Hay que tomarlo solo como indicadores de lo que vendrá. Meros síntomas.
Puede que ese momento no llegue nunca, pero no conviene desesperar, de lo contrario no haremos mas que agregar tensiones que lejos de ayudar entorpezcan, tendrás esperarlo atenta y pacientemente, sabiendo que puede ocurrir en el momento y lugares menos pensados, como una muerte mas. El baño, en el transporte urbano de pasajeros, una reunión del colegio de los niños.

Conviene, a los fines meramente prácticos, moverse por el mundo con un par de hojas en blanco y una lapicera a la espera de ese momento, a mi gusto, el papel es mas útil que las cortaplumas (esas que sirven para muchas cosas) o los teléfonos móviles, pero no se, las opiniones en contrario son mayoritarias y hoy dudo de mi coherencia para sostener un argumento frente a tales antagonistas.

De mas está decir que no hagas alarde de ello (de haber sito tocado por la musa), no puedes andar haciendo callar la gente o salirte de una reunión laboral corriendo porque quieres bosquejar una idea para novela de ciencia ficción; el vulgo es poco tolerante para con los artistas, sus miradas, vestimentas y actitudes asustan a los mas pequeños, y a los grandes también. Conviene dejarlo para ese momento de paz que sueles tener, esos diez minutos por semana en que todos se acostaron y se apagó la TV y que dices ... ahora o nunca!

Otra alternativa es la mentira piadosa “no me siento muy bien hoy” y te encierras en la habitación (puede inclusive que sea cierto, porque el arte duele), no abuses de este recurso menor, a la larga se te hace hábito y pronto terminarás en un instituto de rehabilitación, yo se porque te digo, has dicho tantas veces “no me siento bien” que terminan creyéndolo.

Hay un viejo mito respecto de la producción artística, del hombre que soñaba genialidades todas las noches, pero olvidaba todo en las mañanas. Al despertar no recordaba nada, solo retenía una ligera amargura de la pérdida, esa era su única certeza por la mañana. Decidió por fin no irse a dormir sin estos simples adminículos (papel y lápiz).

La simpleza es un rasgo indispensable del arte. Las formas simples bien combinadas son mas sublimes que las formas complejas sin coherencia, no transmiten el mensaje. Porque de eso estamos hablando, de un mensaje. La finalidad de todo mensaje es que se entienda, de nada vale pintar para un público que entenderá tu mensaje veinte años mas tarde, o mejor dicho si, servirá para que tus nietos se hagan millonarios y se peleen por la herencia al punto de saludarse solo en fiestas de guardar y velorios (tuyo incluido).

Sigamos con el soñante. 

Esa misma noche soñó la mejor de las historias, tan intensamente que despertó del sueño y en una apretada síntesis lo dejó escrito para escribirlo en toda su forma al despertar (ya definitivamente como el resto de los normales) por la mañana. 

Cuando regresó de la higiene bucal, leyó en el papel: “un hombre ama a una mujer”.

En algún lugar leí a alguien recomendar “no pintes con las manos ni el cerebro, hazlo con el hígado y las muelas”, es mucho mas adentro que el cerebro. Creo que era Sturgeon.

¿Como reconocer ese momento preguntarán? bien, es algo como la historia que sigue.

El hallazgo del la belleza artística nos detiene, nos paraliza, porque logró mover una asociación interna que esta haciendo un falso contacto, una soldadura en mal estado, entonces es el zopapo, exactamente igual. PAF.

Venías caminando tranquilamente por la vereda y un puño correctamente orientado en dirección de tu nariz cumple el objetivo, su razón de ser, esto es dar con ella (puño al apéndice nasal). El cerrar un puño tiene poco sentido salvo dar con narices por ahi, el saludo marxista, algo extemporáneo hoy y muy pocas cosas mas.

Y como en la perinola u otros juegos de salón infantiles experimentas eso de “regresas tres casilleros” y la mezcla de sensaciones te aturde, el gusto de la sangre, aturdimiento de estrellitas, la falta de equilibrio tratando que no haya nada en tu caída hacia atrás, y descubrir tristemente que ese puño pertenece a una mano, que pertenece a un brazo, que pertenece a un tipo. El mismo que con esa misma mano acaricia un trasero al que nunca deberías haberte acercado (¿o si?). Veremos.

Simple, ya tienes el diagnóstico de la situación. Tipo celoso no tolerante de triángulo, tu escasez muscular en brazos y espaldas hace que él analice la venganza por los puños como una de las opciones que mas aplacaría su deshonra, muy a tu favor esto, otra (u otras) de las miles, es matarte sin mas dilación.

Para que la segunda no ocurra -la muerte-, deberás esforzarte mucho en no hablar ni explicar nada, nunca, no parece tener ningún sentido. 

Hubo casos inclusive de tipos que se toleraron estoicamente la golpiza por cola de paja, por las dudas, uno nunca sabe. 

Solo responde en forma inteligentemente errónea dichas trompadas, así alimentas su ego al colocarte algunas mas, asegúrate que te lleguen y duelan –las de él obviamente-, la medicina prepara hará algo por ti, la cuota del seguro de sepelio nunca está al día (para tu tranquilidad, es un standard mundial).

Recomendaciones necesaria y ociosa de último momento, hay traseros que valen cincuenta coscorrones de Mike Tysson, otros ni siquiera una puteada en sánscrito, por lo que siempre debes tener estos parámetros de COSTO / BENEFICIO totalmente en claro. 

Tómala como un análisis mercantilista del amor.

Una tranquilidad que debes tener. El deshonrado solo pegará 3 piñas a lo sumo, que duelen mucho o poco, ninguna golpiza pasional media supera los cinco minutos, siempre hay buenos samaritanos dispuestos a ayudar, deteniendo estas peleas, como una secreta cofradía de los “hermanos acariciadores de traseros erróneos”. Puede ser necesaria cirugía dental al otro día, pero eso está fuera de los cálculos de este sencillo “paper”. 

La aguja que monitoreaba el peligro sobre tu –suponemos- preciada vida, para ese momento ya habrá abandonado la zona roja pasando a la amarilla, si damos por existente un tablero celestial donde figuren nuestros manómetros vitales.

Ahora viene lo realmente importante, es preferible que pegue él y no ella, si bien son de menor fuerza (no estoy muy seguro de esto último tampoco), nunca se conformará con menos de treinta y posiblemente necesite varias sesiones de treinta, que dosificará a lo largo de meses a medida que te cruce por la calle, acompañado de voces un par de octavas mas alta que la voz que utiliza normalmente (llamado comúnmente falsete por los doctos en música), lágrimas y mocos, y llamadas telefónicas que hubieras pagado fortunas por que no haga, y ...

Por lo que, como decía Maquiavelo, “si puedes elegir”, elige que los golpes sean de parte de él.

Volvamos un segundo a las conveniencias, cuidado, observa muchísimo cuidado si ella no pega, elegirá algo mucho mas doloroso, como comentarte como al pasar en una reunión de superados amigos de izquierda como tú, a la que seguramente buscó la forma de ser invitada, “que bien lo hacen los demás” o cosas por el estilo como le pasó a Dalmiro. Puedo asegurarte que es mas barato un pomo de desinflamante y hielo que algunos años de sesión. Y de mas probado éxito terapéutico.

Ruégale que te pegue.

Víctor el finado, andaba desperdiciando amor y arte por el mundo, tenía demasiado para dar, era sabido, pero ello le granjeó un nutrido ejército de cornudos enemigos, mas no fue un zopapo sino el temido enemigo interno el que terminó con sus días. Se colgó del cuello sin haber llegado a los treinta, antes que un enemigo lo colgara de un lugar mas doloroso y digno de vergüenza.

Y por esas raras casualidades, ciertos (sino todos) cuerpos femeninos son hermosas esculturas que debes trabajar horas con tus manos como un trozo de arcilla, ellas son un arte en si mismas, objeto y meta del arte. ¿y este comentario que hace acá? No se, pero tenía ganas de ponerlo.

Existe un amplio sector de la doctrina que sostiene que para poder producir arte, debes pasar indefectiblemente por situaciones como la narrada (violencia mas, violencia menos) con mediana frecuencia, otros sostienen como causa eficiente y suficiente la muerte de un perro. Ambas con argumentos de peso.

Cuenta la mitología que Astor Piazzolla escribió “Adiós Nonino” en diez minutos, después de la muerte del padre y creo no equivocarme al conjeturar que hubiera resignado toda su carrera artística por diez minutos mas de vida de su padre y decirle un par de cosas, o solo verlo sentado en un sillón del living.  Esto último parecería inclinar la balanza a favor de la tesis de vivir de amor en amor. Otra cosa que tampoco se.

No podemos andar por la vida perdiendo familiares consanguíneos en primer grado por el solo hecho de la necesidad de escribir o pintar, pero tampoco es muy sano lo otro, como vimos.

Vi cierta vez un pié de página en un soneto que rezaba “compuesto en el templo de Atenea en ...” (no recuerdo del lugar). Traté de hacer algo así cuando estuve por casualidades de la vida en Agrigento, debajo del Templo de la Concordia. Caminaba con mi amigo y compañero de viaje Héctor –nombre homérico por simple coincidencia- cuya facultad era verlo con sus híbridos ojos japonés-argentino que era, casi un personaje homérico ahora que lo veo escrito.

Contemplaba –yo- ese atardecer de magníficos templos y no aparecían las ideas hasta que por fin PAF, el sopapo resonó muy fuerte en el parietal izquierdo, pero para mi gran sorpresa no eran semidioses que bajaban del friso, escenificando batallas en el “anchuroso ponto abundante en peces” sino imágenes de mi infancia, el patio con mi mamá, las bolitas en mi colegio primario, una bicicleta inexistente, mis faltas en lo deportivo (totales), una niña que caminaba una cuadra antes todos los días en mi periplo educativo. Mil mas.

No cerré ninguna idea, es mas, las olvidé antes de subir al ómnibus que nos llevaría al próximo punto turístico, pero descuidé –no era la primera vez- la verdadera “excelente oportunidad” para escribir.

En esa situación ensimismada una polaca u holandesa, o algo me cruzó la mirada y descubrió lo que me pasaba, dijo algo en inglés de no inglés y yo contesté en un idioma igual de negligente que estaba todo bien.

Héctor, con su sabiduría oriental sentenció:

Ocurre- y sonrió por única vez en todo el viaje.

Nunca le pregunté si se refería al templo y mi sentimientos hacia él, o hacia el otro templo, el de carne y hueso y mi cobardía.

Ya en el colectivo comenzó el genio narrativo a trabajar... ella era la hija de un joyero suizo, escapada en busca del amor de un latino ... posibilidad de la vida en la isla propia que tienen en la polinesia ... o está haciendo una tesis sobre violonchelo ... pinta en un atelier de Houston ... es cerebro es muy plástico en estos casos, nos sorprende en su capacidad de asociaciones inverosímiles.

-¡Comé pelotudo se enfría y está buenísimo! –dice otro compañero en la mesa y nos ancla a la realidad. Debería haberlo matado, la estaba pasando muy bien con la habitante del mercado común europeo.

No hacen falta hechos de la realidad –aunque ayudan en muy gran medida- léase sino las instrucciones para tener miedo de Cortazar, varias veces. Después de la quinta relectura te invadirá el miedo, indefectiblemente. Mucho y variado.

La prosa es sencillísima, las palabras casi mezquinas, no hay adjetivos antojadizos ni rebuscados, pero si miedo y lo imagino a Julio riendo tras esa máquina de escribir, sabiendo lo que causaría su nada en la nada del futuro. Su genio en el absurdo de provocar algo en el alma de alguien, a años de su muerte. El jugaba con eso, y bien.

El arte ocurre sentenció Borges.

Una reunión de adolescentes o estudiantes universitarios, uno de ellos toca la guitarra (mal) pero ... “es lo que hay”

procura aprehender un instrumento hijo mío, yo se lo que te digo- comentario que debería ser al pie de página en honor al rigor científico de algo bien hecho.

Los acordes son los que corresponden, pero solo en buena medida, pocos lo notan, a nadie le importa.

Los dedos no presionan las cuerdas que corresponden, o lo hacen con la presión insuficiente. El cerebro piensa una cosa y los dedos no obedecen porque aun el movimiento es conciente, y debe ser un reflejo ... al pensar el do sostenido, el índice debe ejecutarlo sin la menor sospecha del individuo que debe estar atento a algo mucho mas importante:

¿las miradas de las niñas y preparar el remate?

NO, ¡estamos hablando de arte! , debe estar presto a la creación, al arte que debe ser una canción.

De alguna manera tendré que olvidarte
Por mucho que quieras, no es facil ya sabes ....

Ni la letra ni la música (mucho menos la música) tienen vuelo, ni un guiño, ni un experimentar algo raro, pero es efectivo, logra el cometido último del arte, pasar un pedacito de alma de alguien a un tercero, si es de sexo opuesto, tanto mejor. Él podría chasquear los dedos y elegir para esa noche cualquiera de las 5 o 6 pero elige la peor de las traiciones, se traiciona a si mismo por el placer (muy egoísta) de guardarse eso para poder narrarlo. O no, solo se traiciona por cobardía.

Otra fuente interesante para explorar es el odio, ese que sienten los lationoamericanos hoy 04 de agosto del 2002, al notar que fueron objeto de robo, les robaron las ilusiones, y todos quieren ser Eduardos Galeanos para poder contar esto, como solo él puede hacerlo.

¿Porque narrarlo?, porque no hay forma de darle otro trámite a esto que nos pasa. Es inexplicable, vivimos en una utopía negativa encerrados en el discurso.