22 feb 2019

Vacaciones en Nono - Enero de 2019



“Y no era peor que otras vidas”
Julio Cortazar

Vivimos en un mundo colonizado por malos bichos agazapados en los lugares menos pensados, porque -convengamos amigos y amigas- es cómodo y casi justificable imaginar al odontólogo sádico con todo ese instrumental de la santa inquisición a su derecha, pero no al heladero o al recepcionista del hotel.

Primer y Gran Error, el heladero bien puede calificar en esta categoría.  Lo entiendo, muchas veces tiene razón.  Paso a justificar el argumento anterior, para ello nada mejor que los ejemplos.

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Primer caso: el propietario de la Hostería un tercio de estrella, les habla a sus pasajeros en un proto-portugués, aprovechando que vivió un par de años en Pipa o Arraial de Ajuda, o meses.  

O eso dice.  

Parece un acto de amor a simple vista, para que a estos clase media aspiracional, el aterrizaje a esta capa social inferior les duela lo menos posible.

-¡Olha rapais! -Ordena señalando con el dedo el horizonte artificial- vocé tein...  que minha Mai  ...

Mide las muecas de los rostros, asiente, duda, mientras acompaña las palabras con movimientos ondulantes de cintura, para simular brasilitud.

-Na rua Das Chilampis -Acompaña el discurso con la cabeza autofestejándose el chiste sin reírse- vocé vai trocar reais u soubechi.

Ni la sintaxis, ni la fonética, ni el motivo son correctos. Nada es correcto, en honor a la verdad.

El huésped sospecha algo.  El mal bicho anfitrión juega con algo de ventaja, ya que leyó algo de Lacán.  No somos otra cosa que intentos inútiles de comunicación.  Botellas lanzadas al mar.  Mal bicho.


La plaza del pueblo exclusivo de calles de tierra (polvo, casi talco en realidad) en Traslasierra es la tramoya de nuestro segundo acto.


Plaza llena de artesanos con buen gusto.  Excelente.  Podemos notarlo en los "Ahh" levemente aspirados de las señoras que pasan.  Suelen acompañar el verbo con esporádicos levantamientos de cejas.  Tocan prendas de vestir, o quedan embelesadas frente a una fuente cerámica, odorizando la prolija la plaza, al ritmo de su pausado paso legislativo y perfume de freeshop aeroportuario.

Los menesterosos inmigrantes sociales aterrizan de la capa inmediata superior.  Estacionaron
a cinco cuadras sus vehículos de combustión interna, que por comodidad narrativa llamamos simplemente autos.   

Treparon subidas interminables, seguidas de bajadas y curvas también interminables, arengando críos por ahorrar cien peso de estacionamiento medido por "naranjitas".  

Sospechan -y para ello tienen un olfato único- que orbitan la plaza, esos malos bichos de chalecos anaranjados.   Dueños estos últimos de una paranormal capacidad de saber cuando dinero cargan los conductores en las billeteras, pero una mayor capacidad deductiva, la esperanza de poder sacárselos a cambio de la pantomima del señalero aeroportuario, pantomima que tranquilamente merece un capítulo aparte.

La actuación del mal bicho del chaleco anaranjado consisten en mirar el horizonte, mano derecha en algo cual tiro libre indirecto, simulando la existencia de tránsito en un pueblo en que el parque automotor no supera la decena de unidades, seriedad en el rostro, profesionalismo, esto no es para cualquiera.

Al pedestre grupo humano continúa su derrotero en la felicidad del ahorro, puesto que sufren de un fenómeno acorde a los tiempos del neoliberalismo, la iliquidez.  Les impactó de lleno en la línea de flotación, pero reprimen el aparato cognitivo como sugiere el rápsoda Homero en la Ilíada: "porque la negra pena brota". 

Cierta inexplicable sobreestimación del Yo, hace que asuman similitudes entre Brochero y Buzios, seguramente debido a la “B”.  No estoy seguro. La salinididad del agua difiere.  Bastante.

Difusa categoría intelectual, otorgan demasiado valor a la al deseo y la fe en ello, esto hace que otrora aceptaran falacias del tipo:

-El que depositó dólares, recibirá dólares, because one peso is one dolar in the money basket when the economist is not wrong...-

La misma misma inexplicable Fe, forzó en el matrimonio la aceptación de las palabras del mal bicho bancario, cuando el último sugiriera "La posta" de los créditos UVA, fe esta que no les permitió escuchar correctamente cierta homofonía con: "Bosta".

Posiblemente colaborara en esta fe, detalles estéticos en el ejecutivo de cuentas tales como: el planchado impecable de la ropa, la manzanita del teléfono, el movimiento ligeramente afeminado de las manos, la sonrisa tirahondosa a la señora y el logo de Tommy en la camisa.  

Pensamiento mágico.  Creo y deseo que asi debe ser y será.  Rezo para que así sea y será.

-Este año, está claro que los sueldos le van a ganar a la inflación-  Soltó exageradamente al pasar el mal bicho al que, posiblemente quepa aclarar, el banco abonó buenos bonos por colocar créditos UVA.  
 
Nunca mejor utilizado el verbo colocar.

Es lógico y esperable adivinar el origen de la FE del oferente crediticio. Tal vez sea un poco mas complejo indagar la fe de los tomadores del mencionado crédito.
 
Teorías hay por mile: El agua.  Mamadera fría en la lactancia.  Sexo entre consanguíneos.  las antenas 4g. 

Ya en la plaza, los adultos del endeudado grupo familiar, cabecean al pasar frente a los lánguidos, leídos y predispuestos artesanos con el latiguillo: “estoy mirando” que utilizan a modo de punto final de la oración al escuchar  
 
-min Cient lams imcmil ... pesos.   O algo así.

El agregado del vocablo mil al terminar la oración, oficia de acelerador del paso.

Cierto extraño acto reflejo, fuerza a mamá hacer el cambio mental a otra moneda, solo para recordar tan noble actividad, fuera de lugar y tiempo.   

Si fuera una psicopatología podría llamarse Bulimia Salarial.  Asume tener una billetera mucho mas gorda de la que tiene, o billetes con mas ceros.

- ¿Cuanto cuéesta...? -Conato de diálogo de transeúnte femenino seguida de críos hacia el artesano, simulando el brasuñol ya que alguna porción encefálica aún entiende está en la Rúa das Pedras-

- ¿Buenas tardes, como le va? -Corta en seco artesano, recordandoles a los pequeños que hay que saludar, con dicción y sonrisa de multinacional de agrotóxicos, ya bajando un par de escalones la voz- Mdmisimhhs MIL, contado.

La mujer solo señala otra pieza en telar.  Algo inteligente en su yo hace que reprima abrir nuevamente la boca, como en final de materia para la que estudió un día antes.  Se que hay malos bichos que hacen eso.

El artesano baja la mano que sostiene una novela de Graham Green en inglés, ajadas tapas de libro de segunda (posiblemente quinta) mano, los escanea desprovisto de pasión, merced a su condición de mal bicho intelectual.

Algo de asco se guarda para si, reconozcamoslo, les adivina el algo en el andar o las palabras.  Simple exceso de exposición a la TV de aire, concursos, "Correcto", "Bailando por algo" o esas cosas, todas juntas.

La mas pequeña del grupo humano da cuenta del desprecio y lo absorve.  Pasa totalmente desapercibida a los adultos, cruza miradas con el artesano, cual reptilianos en proceso de recuperación, pupilas que chocan y se repelen, como polos de imanes.  Como si se conocieran de Reptilianos Anónimos.

La pequeña fue la única que leyó placas buscando fechas y relacionándola infructuosamente con la arquitectura en el frente de la iglesia; el resto, solo postéa, posa para selfies, instagramea o carga historias a redes donde debe ser visto.

- Esto explica muchas cosas- Sugiere en estos casos el divinal Sisoco García, hombre probo. 

Ponen proa a la Heladería Artesanal franqueada la deshidratada calle serrana.  Quinientas -tal vez algunas menos- personas en diez metros cuadrados, explicable, tal vez, en la existencia de un aparato de aire acondicionado.  
 
¡Encendido!

Muchos de los apostados, miran el Televisor, que -tal vez valga aclarar- no los mira. 

Pasados unos minutos, nombran el número en la mano del papá de seis gringuitos de publicidad de calditos para sopa.  Publicidad de esas de la tele o en la revista del diario del domingo, de los que pueden pasar perfectamente desapercibidos en Austin, Texas, no en Córdoba.

-¿Que gustos? -Pregunta el mal bicho detrás del mostrador, después de establecer contacto visual con la flaquita inteligente, de muy extraña belleza ominosa, propia de película de terror clase "B", que sabe dar tratamiento muy concreto a “presiones oculares” y sonríe ejerciedo tan noble capacidad.  
 
Le chupa un huevo la cara del helader o a la malbichito.
 
Se lo hace saber también con la mirada.  Entiende que puede dar por terminado el scaneo y decide derretirlo.  Heladero declara perdida la batalla y mira hacia otro lado. 

-Otro reptiliano inmune al derretimiento, ..chisumadre -Piensa y se reprime- 

Este mal bicho femenino pequeño y hermoso, solicitó via una APP en el iphone a Santa Clauss directamente, viajar a Disney y fue muy clara, no la realidad que le toca a modo de vacaciones.  Una plaza de hippies hidrofóbicos, en lugar de Mickey y Minie.

Hemos creado una generación de mini monstruos tan egocéntricos como inteligentísimos, destinados a gobernar en breve este planeta, que nos eliminarán como carga innecesaria y costosa.  Posiblemente sea lo mas correcto.  Lo se, lo vemos en sus sonrisas de cinco años cuando nos hablan.  Liderarán esas malvadas huestes, niñas como esta.  Mal bicho de tercera categoría, en acto y malísimo bicho en potencia por parafrasear al estagirita Aristóteles.

Por simpatía, los masoquistas empatizarán con el heladero, que escucha los chistes de la clientela, los comentarios del Televisor, la escasa atención que recibe el monólogo de un pequeño que insiste con una única e insistente frase:  
 
-Papá, caca
 
En segundo plano, perfectamente audible y entendible al oído desnudo e indocto en paternidades.

Difícil no evaluar seriamente la opción del suicidio, agregamos a esto la triste conclusión a la que llega no menos de veinte veces al día el mal bicho heladero:

-Hace veinticinco minutos que están. ¿Podrían haber elegido, que se los impide? ¿Porqué miran el Televisor? -Está en todo su derecho de pensarlo y esgrimir el fusil de asalto soviético AK47 Kalishnikov-

Afortunadamente para la salud de todos, reprime esa opción y elige una mas sublimada en términos psicoanalíticos.

Ocurre, lo sé, en todas las heladerías, en todo el planeta, en todas las latitudes e idiomas.  Es ley.  Nadie, repito nadie elige el sabor de su helado antes de su turno en la fila.  Debemos asumirlo como una patología mas.

- ¿Que tiene el Sambayón Granizado? -Pregunta una del medio del grupo, diez años temporales, pero mucho mayor IQ que la madre.  O el padre. O la suma de los IQ de ambos.

-Tiene Sambayón y granizado.  Principalmente -Responde el joven golpeando la tapa metálica y se silencia el salón-  Levanta las cejas y responde al “buen día” que dice la pareja que entró siendo ya la tarde, agregándole un:

- La puerta.  El aire.  Gracias.  Mmnndía-

Mantiene cinco conversaciones coherentes con cara de sota de espadas.  A la nena, al que preguntó por el telecentro, a la jefa que le dice que no trajeron Sambayón Granizado y a la pregunta ¿Gol de quien? de alguien con casaca plástica del ascenso, conurbano, zona oeste, recién llegado de recital del indio, a lo que responde con sonrisa rara cercana a:

-Es como si me preguntaras por la masa y el spin del Boson de Higs -Reprime la respuesta no sin un esfuerzo sobrehumano.

Mientras tanto, el pichón de reptiliano femenino responde:

-Ah! entonces, Menta con locro, banana split y sambayon granizado-

-Te cuento los gustos que quedan, principalmente -confunde gustos por sabores- enumera cuarenta, sin olvidar el advervio de uso universal principalmente, con el que pareciera deben terminar todas frases del siglo XXI-

Levanta la voz y modula palabras a la usanza de maestra nivel inicial, en un intento inutil que el resto escuche.  Algunos escuchan, alguno presta más atención al partido en segundo plano.  Nadie a sus respectivas parejas. Otra categoría, al menos riesgosa de malos bichos.  Ni a los niños.   El setenta y cinco por ciento mira alguna red social en el celu.

El voluminoso papá quita un prócer de la comodidad de la billetera, complicada actividad por convivir con crío de un año a upa, por tratarse de un ser humano con la cantidad normal de extremidades y no un dios védico.

Intuye, duda poder simplificar la transacción con la de débito, pero también intuye el contenido de esa Caja de Ahorro Prestige Enforcement, o Infinia Mega, o Emperador Black, o Diamond Enlightentment, o algún otro nombre que la haga parecer corpórea.  Ilusión excesiva que ese banco (al que solo nombran solo por siglas en inglés EI TI YET LAG), vaya a existir más adelante, al día siguiente por ejemplo. 

El heladero multitarea entrega los últimos dos helados al padre que sostiene el crío y la billetera, ya haciendo malabares.   Ninguno de la tribu reclama su cucurucho porque están cagándose a trompadas, como corresponde a niños sanos y fuertes.  Antes que el padre inicie el viraje para entregarlos, en un mismo y único acto, recibe del heladero dos billetes de diez pesos y cuatro de cinco pesos.  Billetes que en algún lejano momento fueron de papel. 

Los próceres y paisajes no guardan la simetría arriba versus abajo, invisible al señor, pero que molesta sensiblemente a la mamá algo TOC, que observa la billetera en segundo plano y hace un tirón de cuello a modo de tic involuntario.  Tic, Toc, Tic, Toc.  A la espera que el marido guarde el dinero.  Cada milisegundo sin que ingresen los billetes, agrega tensión innecesaria.

La magia ocurre, lo sé.  El mal bicho detrás del mostrador heladera, esperó por este momento todo el día.
 
Mamá espera que entren los billetes, papá un milagro que colabore en que no se caiga el crío, el heladero espera terminar con los quinientos clientes, alguien esera que terminen de acomodar la barrera en el partido del ascenso.

Afortunadamente para el mal bicho heladero, la imagen pelotudo voluminoso llenando billetera con dos helados en la mano, se repite no menos de diez veces al día.  Con niño en brazos, es un adicional invalorable.  
 
Ninguna obra de teatro de Carlos Paz le llega a los talones.  Este pibe es un mal bicho de los buenos.

El espectáculo premium sucede, ES, al caer uno de los sabores. 

- ¡Gol! Gol.

No, No es en el partido.  Estoy simulando la alegría del heladero.

El enjambre neuronal del gordo entra en crisis.  De las importantes, como cuando llega el resumen de Master Preference Black cuteandpaste.  

En mili segundosp lanifica, hace una pausa, actividad cortical importante, evidente incluso al ojo indocto. Transpira litros por cada uno de los blandos, blandísimos billetes.  Busca auxilio mirando hacia atrás, nadie le sujeta el pibe, la madre está entusiasmada administrando el reparto de sopapos generosamente, ante la mirada inquisidora de una vieja hiper coqueta en segundo plano.  Mucha tensión.

Ella leyó por esos días, en la Cosmopolitan o el suplemento Viva, que está bien un soplamoco de vez en cuando al párvulo y anda aplicando la poco confiable teoría cada vez más contenta.  Motivada seguramente en la tensión libidinal por falta de sexo.
 

Duda papá en soltar el pibe al suelo, lo apoya, deja la billetera en el mostrador, sabe que está el carnet de conductor y teme por eso, estima inconscientemente los consumos del día.  Desestima la denuncia de extravío. Todo ocurre en nanosegundos.

La inteligente se apiada del neandertal y toma los dos cucuruchos.  Ella se sabe un error del señor nuestro dios en ese hogar, ve aflorar dejos de una mueca de desilusión en el rostro del heladero.  Reptiliano junigran.

Papá entrega a Mamá con miedo al más chico y guarda a medias los billetes. Los empuja.  Teme recibir un sopapo el también.  Lo merece.  Lo sabe.  Ambos lo saben.  Lo necesitó de niño, ahora es tarde y al pedo.  Mamá demora unos segundos mas en desestimar el sopapo a papá.

-No, crema del cielo y apio no lo hacemos más -Dice el heladero al nieto de la señora culta ya en tercer plano, fuera de la composición de la foto, confundido con el partido del ascenso que ve con un tercer ojo budista-


Por algún milagro inexplicable del universo, nadie muere y la familia semi funcional abandona la heladería.

En la plaza se sientan a ver el payaso, mamá separa a los pequeños beligerantes con el famoso sopapo parietal, mano abierto, tangencial y despeinador.  
 
Cruzan a la plaza, proeza que empequeñece a la guerra de Troya, Elena, teucros y aqueos, etc.

Una importante ecuación inconsciente, con la complejidad de cubo rubik, se lleva a cabo en el intelecto de los adultos, escapar lo suficiente de la primera línea de sillas plásticas, pero no tanto como para no escuchar al payaso.  Como la paradoja de la carrera en la que gane el quinto.

El nuevo mal bicho, el payaso, suelta un par de obscenidades a medias, que pasan desapercibidas producto del bajo coenficiente intelectual del público o el escaso valor del importe que piensan dejar.

La nube humana intenta despegar un minuto antes de sospechar la aparición de la palabra gorra en el discurso del artista callejero.  Y no por miedo a la “Yuta”, precisamente.

No cuentan con que nuestro mal bicho payaso, tiene un "speach" más largo que el espectáculo para -intentar al menos- correrlos por el lado de la vergüenza.  Lo pone en práctica.   ¡Pobre iluso!  Agrega chiflidos de llamado de taxi.  Tampoco  sirve.

En poquísimos casos da resultado, el intelecto medio es excelente.  A algunos los corre con la gorra y tampoco se dan por aludidos.  

Este taget puntual confunde "A la gorra" con "Gratis de la tercera fila para atrás".

Pero el payaso vive de esto y alguien que también vive de esto es su mejor herramienta, la payasa, de escasa a nula intervención escénica hasta ese momento.  Acá entendemos la función de ella.

Ella pasa al centro de la acción, con precisión militar que hubiera sido la envidia de Anibal, Von Clausewitz y Sun Tzu juntos, rodeando en movimiento de pinzas a la infantería que intentó una retirada medianamente honrosa.

Cercado entre las fuerzas enemigas y el orgullo, el Homero Simpsons de cabotaje no encuentra mejor salida que tomar el dinero sobrante de la heladería, que en realidad no terminó nunca de entrar a la billetera, predestinados a no ser, entregárselos a la inteligente del grupo, la que tiene roto el medidor de la vergüenza.  Esta toma con una mueca de asco los cuarenta pesos y los lleva a la gorra de la payasa entre índice y pulgar, el resto de los dedos abiertos en abanico. Asco que pareciera virósico, porque la payasa es automaticamente contagiada.

Como un bucle FOR en programación, estas escenas se repiten todas las tardes de verano, cualquier parecido con la ficción es pura casualidad.