El se pensaba
mucho menos atractivo de lo que era, lógico entonces es que encendiera
ese cigarrillo innecesario -como si hubiera cigarrillos necesarios- en la puerta del bar desde donde ella lo
observaba.
Como Groucho Marx con los puros, el cigarrillo a esta
temprana edad es un tic, una actividad que Groucho usaba para que lo
aplaudan.
Ella en cambio no
aplaudió, sino que sintió un leve soplido interno que le quitó la
vista de ese rostro infantil que había comenzado a mirar antes del
encendido del cigarrillo, porque la había atraído. Ya no, siempre
le desagradaron los fumadores.
Sus atractivos
femeninos no eran tantos, es mas, eran casi nulos, y ella lo sabía,
pero si los suficientes para el pequeño Odiseo, un destello de
brillo de esos ojos extraños le había susurrado un agrado mutuo.
La sonrisa de
ella, no necesita de otro complemento para enamorar a un hombre a
pesar del canino torcido.
Nunca se
enteraron que estaban marcados a ser el uno para el otro.
Ella sintió
demasiado asco al olor de esos cigarrillos raros, y él no tolero el
"llamado de los intestinos" porque siempre ocurría así
con el cigarrillo a esas horas de la tarde. Y obviamente se
perdieron para siempre.
Mantengo un prolijo odio a los finales felices de las películas,
se me hace la cara de Meg Ryan, pero lo peor es esa música pop con la que las
radios nos torturan por años.
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