22 mar 2013

La pubertad de Odiseo Torres, sanvicentélida


El se pensaba mucho menos atractivo de lo que era, lógico entonces es que encendiera ese cigarrillo innecesario -como si hubiera cigarrillos necesarios- en la puerta del bar desde donde ella lo observaba. 
Como Groucho Marx con los puros, el cigarrillo a esta temprana edad es un tic, una actividad que Groucho usaba para que lo aplaudan.
Ella en cambio no aplaudió, sino que sintió un leve soplido interno que le quitó la vista de ese rostro infantil que había comenzado a mirar antes del encendido del cigarrillo, porque la había atraído. Ya no, siempre le desagradaron los fumadores.
Sus atractivos femeninos no eran tantos, es mas, eran casi nulos, y ella lo sabía, pero si los suficientes para el pequeño Odiseo, un destello de brillo de esos ojos extraños le había susurrado un agrado mutuo.
La sonrisa de ella, no necesita de otro complemento para enamorar a un hombre a pesar del canino torcido.
Nunca se enteraron que estaban marcados a ser el uno para el otro.
Ella sintió demasiado asco al olor de esos cigarrillos raros, y él no tolero el "llamado de los intestinos" porque siempre ocurría así con el cigarrillo a esas horas de la tarde. Y obviamente se perdieron para siempre. 
Mantengo un prolijo odio a los finales felices de las películas, se me hace la cara de Meg Ryan, pero lo peor es esa música pop con la que las radios nos torturan por años.

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