20 jul 2015

Las bacterias papelófagas


Utopías Muertas.




A mis amigos músicos Roberto (el profesor), a Fabricio (de aerófonos andinos), a Guillermo que no es músico “pero merecería serlo”.


-¿Zuchatti? -me preguntó la voz lejanamente familiar en el auricular del teléfono. Segundos después noté que me llamaba por el apellido (como solo solíamos hacerlo en la escuela primaria) -



¿Cómo con esas escasas sílabas que escuché iba a adivinar que era Felipe, el Compañero de banco de la primaria? Sin embargo de algún rincón inconsciente volvía después de mas de 20 años la traviesa voz de Felipe.



- Felipe ¿sos vos? ¿Qué haces? Pregunté ante la voz que recordaba mas chillona.

- Murió Papá- Dijo sin mayor introducción, como si "murió papá" fuera una respuesta que diera explicación al origen del universo, la mecánica cuántica y la existencia de la TV.



Felipe pertenecía a esa extensa categoría de personas que por algún motivo no engrosaba el listado tácito de "amigos", y cuando uno tiene esa edad, es poseedor de una extraordinaria inteligencia que pierde en la adolescencia y (desgraciadamente) ya no recupera.



Tardé unos cuantos segundos intentando armar la respuesta de pésame, extremadamente difícil, tratándose de alguien a quien no se ve durante tanto tiempo, pero lo peor era desechar esos otros saludos que el cerebro tiene estandarizados como en un cajón etiquetado "saludos para gente que hace 20 años no se ve" donde salen primero "que es de tu vida?", "te casaste?" etc, pero solo dije :

- Lo siento mucho, ¿cómo fue?

- No importa, hace mas de un año que lo estábamos esperando-.


La respuesta de mi antiguo amigo no hacía mas que agregar incógnitas en lugar de despejarlas, a lo que él agregó: 

- La caja, Eduardo... abrí la caja del viejo...- En un tono de voz y con una solemnidad que parecía mas una confesión al estilo: "soy gay" o "al viejo lo maté"



Y repentinamente un frío helado me corrió por las vértebras cervicales, aun antes de recordar a que caja hacía alusión Felipe, una premonición la devolvió de la lejana infancia perdida (y su correspondiente inocencia). 



Se me dibujaron inmediatamente todas y cada una de las cortadas de tierra que desembocaban en la calle Argandoña, en San Vicente, en esas interminables tardes de bicicletas mal infladas y muchas veces pinchadas, en busca de una canilla de jardín vecino para tomar agua. 

En medio de los recuerdos, el galpón de las herramientas del viejo de Felipe, y LA CAJA que apareció cuando buscábamos la pico de loro para ajustar el cable de freno de una bici, como siempre hacíamos, con la pico de loro, herramienta universal y errónea por opción.

La caja secreta del sótano por la que el viejo de Felipe se enojó con él.  La caja cuyo hallazgo motivara el único reto de verdad fuerte del padre a Felipe. Me volvió instantaneamente a la memoria algo totalmente borrado.  El color del rostro de ese hombre, las palabras, el miedo, las gotitas de saliva viajando por el aire, los gritos.



-¿Dónde lo velan? - alcancé a pregunté en un gran esfuerzo por volver del ocio intelectual.

- ¿Que sé yo? - respondió- Recién se muere, vení rápido.

- ¿Pero adonde voy? No se hace años que no te veo.


- A la casa de mi viejo, lo vamos a arreglar acá... ¿Creo?



Murió el papá de Felipe - Alcancé a decir a Lucía, mi mujer- y antes que dijera "¿Y quién es Felipe?" agregué:  

- De la primaria, no lo conocés, a lo que ella respondió con ese cabecear levantando las cejas que puede significar: "bueno está bien", "que me importa", "cuidate mi amor", "morite", "suerte" o "comprá pan al regreso".



Vió que llevé campera, los cigarrillos y la billetera. Sabe que no llevo campera nunca.



- Vas a demorar -dijo mirándome entre mi hijo mas chico y la TV, torciendo el cuello-



Asentí con la cabeza con cara de velorio.



Aquella maldita caja me trajo un montón de recuerdos y problemas superados (afortunadamente), y mientras salvé los pocos kilómetros hacia ese otro extremo de la ciudad en busca de aquella casa, se me pintaron todos los paraísos de las calles, las veredas de ladrillos bayos, los olores de los tilos, los carnavales tirándole agua a las chicas, pero lo mas importante en aquel entonces, la veneración casi religiosa que sentíamos en aquella edad hacia ese hombre, que sabía conservar la ingenuidad y la curiosidad de la niñez , a pesar de su avanzada edad.



Al no frecuentarlos seguidos, los barrios y los hijos de los amigos adquieren una facultad terrible por igual, recordarnos que sus metamorfosis, esos sutiles cambios externos son producto del tiempo, ese mismo tiempo que también nos afecta a nosotros. 

Un pequeño dolor humano me corrió por la garganta, esa misma inconsolable que experimentamos al ver los zapatos con los que fuimos a la zapatería, junto a los que puso astutamente el vendedor -a la par- para que notemos ese paso del tiempo.



Felipe había nacido de un matrimonio grande, y el padre don Augusto, mantenía con él, el negligente cariño de un abuelo. 

Pertenecía a la generación que sin mucha instrucción educativa, había conseguido una buena cultura general por ósmosis, en aquel entonces todo el mundo era culto, y (él en particular) había conseguido algo muy difícil en todos los tiempos, vivir del arte. 

Era músico y mantenía una familia con ello, ese solo detalle lo hacía merecedor de la envidia encubierta de mi padre. 

Yo sabía -o intuía- que mi padre solamente les envidiaba a los músicos el vestir, se lo escuché decir muchas veces, tratando de encontrar una utilidad verdadera a una corbata prenda que él soportó estoicamente hasta el día que murió.



Vivió, decía, de la música de una manera peculiar, perteneció a la banda de la policía, y con el sueldo de la policía no solo podía mantener una familia, sino que además podía permitirse pequeños placeres como un taller muy bien provisto de herramientas, aprender la ejecución de varios instrumentos musicales y la suscripción a varias revistas de muy variadas disciplinas.



Para Felipe, y para mí por añadidura, existía una fuente inagotable de conocimientos dispuesta a ser consultada: don Augusto, pero bien es sabido que niños de siete años y absorción de conocimientos son poco compatibles, la curiosidad es una virtud en los niños pero no excede los cinco minutos, y ahora visto a la distancia, recuerdo que me quedaron muchas preguntas por hacerle al viejo, lamentablemente la curiosidad nunca fue una de mis fuerte, si lo era de Felipe.



Ya había llegado y antes de golpear la desvencijada puerta tuve que tragar saliva, para ir haciéndome a la idea de un velorio, luego de salir y abrazarme, Felipe me condujo por la familiar casa y sus olores, casi sin mirarme, hasta la habitación donde había quedado el viejo. 

Ni él hizo mención de mis veinte Kg de mas ni yo lo hice de su ausencia de cabello. 

Intenté hacer un ademán de señal de la cruz pero lo vi a Felipe espiándome, por lo que me encogí de hombros y señalé con la mano al muerto



- ¿Qué se yó?  A él le hubiera gustado que ... nada.

Al principio, me resultó extraño no haber visto a Felipe en los veinte años, pero luego me enteré en el resto de la charla que él no había abandonado el perímetro de las 5 manzanas que rodeaban la casa en ese período de tiempo, como si el mundo hubiera dejado de girar para él después de haber concluida su formación primaria.



Por lo que pude adivinar, la caja había traumado a mi amigo Felipe, y él pensaba que compartía un dolor o curiosidad en mi totalmente inexistente, pero por lo que pude ir deduciendo, haberla abierto podía haber cerrado un ciclo o cicatrizado eso por lo que mi amigo estaba incompleto.



Pero el parecer, el contenido, o lo poco que había podido averiguar en esos escasos minutos, solo contribuyeron a enloquecerlo. 

Mas de lo que estaba.



Abrió ante mi la vieja caja, que él aseguraba por respeto no haberlo hecho antes y sacó cerca de cincuent carpetas de manuscritos inentendibles.  Debo confesar que luego de mas de dos horas de examen detallado de una considerable cantidad cada uno, yo estaba maravillado del descubrimiento, un sentimiento extraño nos hermanó nuevamente y volvimos sin sospecharlo a los años de la curiosidad.



Las carpetas habían sido fruto de un allanamiento de sus días de cana en la represión, habían agarrado un foco guerrillero y secuestrado la documentación.

El viejo la guardó celosamente todo ese tiempo. ¿PORQUE?



De mas queda aclarar que imaginamos miles de opciones, dinero, joyas, armas, pornografía, pero grande fue nuestro estupor cuando descubrimos eso, amarillentos manuscritos de los sesentas y setentas que solo reflejaban los delirios de aquellas gentes (o mas precisamente) un delirio en particular. 

La mirada de Felipe se tornaba mas vidriosa, mientras el cadáver continuaba en la habitación vecina, volvièndose mas cachivache -como dice Borges-, tratando de catalogar los papeles y ordenarlos bajo una forma reductible en su mente, la gente actúa invariablemente así frente a lo que le es inentendible.



¿Como explicar la prolijidad y la cantidad de información disponible para la fabricación industrial de una bacteria que se coma el papel?



El análisis de la forma de llevarla a los grandes centros de poder. 

Las alternativas con las que podría responder el establishment a esta literal desaparición de los títulos de propiedad y por ende la propiedad privada. 

El retorno a la aldea global primitiva y la nueva oportunidad para volver a empzar de nuevo. 

Detalles técnicos de cepas de bacterias, su resistencia a presiones de mas de tres atmòsferas, para ser disparadas por cohetes.

Informes de cantidad de celulosa destruida al contacto con el oxígeno, demasiado bien detallado, demasiado claro para grupos anarquistas.  

Abstracts de tesis doctorales en física y biología, de veinte años antes.  

Nos repartimos las carpetas con felipe, maravillados y perplejos a la vez. 



La única conclusión a la que arribamos era que el viejo se arrepintió de lo que hizo, por eso permaneció oculta y sellada esa caja en el sótano de la casa, o nosotros elegimos esa suposición, tal vez porque los muertos recientes siempre nos resaltan sus virtudes y ocultan sus debilidades.  

Elegimos el honor del muerto.



Pero desgraciadamente, cuando regresamos de recibir a uno de los familiares, con todas las formalidades de los pesames que hay qye soportar en estos casos, notamos como se estaban disolviendo las hojas de la primera carpeta, y nada de lo que pudimos hacer modifico en nada lo irremediable.









Córdoba, 10 de Junio de 2002

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